¿A quién no le rompieron, alguna vez, el corazón? El director Ricky Pashkus ensaya una fórmula posible para acortar las noches de insomnio.
Una araña cuelga de un hilo invisible. De izquierda a derecha: un sillón, una bañera, un piano, una flauta y un saxo, una silla, un banquito y una cama redonda. Una tela roja, que hace las veces de un telón de fondo, decora una pequeña parte de la pared en la sala del Galpón de Guevara. Los ornamentos oníricos nos anticipan que estamos en el terreno de la noche, de las pulsiones y las emociones.
Prontamente, el protagonista (Alejandro Parker) establece un contrato con los espectadores: al final de la función, él logrará vencer al insomnio y nosotros podremos superar un desamor, nuestro orgullo herido; una propuesta un poco pedante para tratarse de una obra de teatro, cursi incluso para el género musical, pero no por eso menos noble que las de otras puestas en escena. Sin embargo, la pedagogía amorosa que atraviesa toda la función es funcional únicamente si recientemente uno perdió a un ser amado o si aún se tiene en carne viva la herida que provoca un desamor. Y, ya todos sabemos, que perdonamos y olvidamos, pero las heridas narcisistas son cicatrices para toda la vida.
El espectador constantemente es apelado a reproducir en su vida un evento similar. Son evocadas las noches que pasamos en vela porque nuestro afecto no es correspondido y se hace referencia a los ciclos por los que se atraviesa en algunas experiencias de abandono: el protagonista expresa que nadie lo quiere por ser como es, que el amor es efímero e indecible, que sus padres no le enseñaron a amar, que la única manera de retener a su ser querido (Facundo Mazzei) es en el mundo de Orfeo. Sí, son lugares comunes del romanticismo clásico. Sí, la propuesta es kitsch y sobradora. A pesar de eso, hay elementos que sorprenden al espectador más reacio a esta propuesta estética, como la hipnótica voz de una de las “bailarinas de burlesque” (Luna Pérez Lening) o el uso atípico de la escenografía, como la resignificación de la bañadera como un espacio de escondite por el que un hombre puede desaparecer parcial o totalmente.
En la obra no faltan las referencias a la cultura mediática popular argentina; me refiero a la que se faranduliza gracias a la agonizante televisión abierta, ya que muchos de sus intérpretes pertenecen a ese universo artificioso que nos es tan ajeno y familiar al mismo tiempo.
El lunes 31 de julio es la última función de la cuarta temporada de este musical y su permanencia en cartelera desde el 2015 en distintos teatros a sala llena nos hace inferir que, a pesar de todo, la propuesta es muy bien recibida por el público porteño.
Lara Salinas
Ficha técnico artística
Luces: Eli Sirlin.
Diseño de maquillaje y peinado: Pao Dessaner.
Galpón de Guevara (Guevara 326)
Última función: lunes 31 de julio, 20.30 h.
Entradas: $300
No hay comentarios:
Publicar un comentario